Las cajas de fruta y yo, vivimos una particular historia de amor.
Lo nuestro empezó allá por el 2010, cuando me metí de lleno en la lectura de blogs de bodas. Fue amor a primera vista.
Por aquel entonces, ni se me pasaba por la cabeza la idea de casarme, pero fantaseaba con organizar una boda usando cajitas de madera -con vallitas, eeh?, que si no, no molan tanto-.
Con eso fantaseaba, pero era 2010, y ninguna de mis amigas tenía intención de contraer matrimonio, así que tuve que quitarme el gusanillo con mi propia boda ¡qué remedio!
Y ahí empezó todo.
Desde entonces, me he convertido en el niño del anuncio del palo. Cada vez que visualizo una caja, una sensación de felicidad y satisfacción me invade el cuerpo y corro hacia ella cual Heidi en su pradera «UNA CAJA!! UNA CAJAAA!! UNA CAJAAAAAAAA!!!».
La primera vez fue en el trabajo. Acabábamos de terminar de comer, y salíamos del comedor, cuando vi a una de las cocineras portar una caja -de las más bonitas, por cierto-, e ir hacia el contenedor de la basura.
– ¿No la irá a tirar, verdad?
– Sí, ¿por?
– Me la quedo.
La mujer alucinaba, no entendía para qué podría querer una caja sucia y con restos de fruta.
En realidad no le dije que era para la decoración de mi boda, no quería que me tomase por loca, y le mentí diciéndole que iba a hacer un revistero, pero que si tenía más, que por favor me las guardara. Tan asombrada se quedó la señora, que desde ese día empezó a guardármelas, aunque tan bonita como aquello sólo me ha conseguido una más.
Otra vez, en el súper, mientras esperaba mi turno en la charcutería, que yo soy muy de comprar al corte, pasó por delante mía una de esas máquinas que mueven cajas -ni idea de cómo se llama- repletita de cajas vacías, casi todas de cartón, excepto dos que eran madera. Ojiplática me quedé.
– Perdone, ¿las va a tirar?
– No, se reciclan, ¿por?
– Quería las de madera.
– Ah, pues esas sí que se tiran.
– Me las quedo.
Y allí que seguí esperando mi turno, mientras «Mr A» me cazaba a traición y compartía por whasapp la foto previo mensaje «mirad a la loca de vuestra amiga».
Hace poco volvíamos a casa de tomarnos una cerveza y noté un codazo de «Mr A».
– Martina, ¡mira! ¡Una caja!
Ésta estaba en la acera, junto a un contenedor de basuras, pero muy limpia. De nuevo corrí hacia ella y de nuevo ¡¡qué alegría sentí!!
A raíz de compartir estas fotos por Instagram, muchas me habéis dicho que se las pida a mi frutera, que las compre, y mil ideas más, y siempre digo lo mismo. ¿Y quedarme sin la emoción de encontrarme una caja? Ni hablar.
Seguiréis viéndome compartir mi alegría con cada nuevo hallazgo ¡espero que haya muchos!
¿Vosotras, novias casaderas, también tenéis este mismo síndrome de Diógenes??
Hola Martina!!! Como vemos que eres tan detallista y tan DIY estamos seguros que te encantarán nuestros novios personalizados!
http://mrymrsbyani.blogspot.com.es
Hola Martina. Q pena q x aca no botan cajas de madera. Pero me encanto tu cuento pues yo aca pido todas las botellas de cristal de cervezas vios y rones y me miran con una cara esa esta lok…jajaja exito yo estoy preparando mi boda de plata.
Jajajaja, yo me hice una biblioteca con cajas de naranja, hace la friolera de 15 años!!!! Y ahora estoy montando mi estudio con cajas de fruta.
Soy una loca de las cajas, como tú.
Mi chico dice que si tengo el síndrome de Diógenes, jajajajaja.
Me encanta reciclar palés y con las cajas de fresas estoy haciendo unas estanterías preciosas para guardar mis papeles!!!
Tenemos que conocernos, chica!!!
jejeje si es que es un vicio María!! Lo del síndrome de diógenes de mí no lo piensa sólo mi chico sino también mis amigos y familiares, pero es tal la alegría que siento cuando encuentro una, que me da igual todo lo demás xD